Detectan casos de cáncer de piel en 15 condados de Pensilvania en o cerca de tierras de cultivo tratadas con herbicidas y pesticidas
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Investigadores del Instituto Oncológico de Penn State analizaron cinco años de datos del registro de cáncer, de 2017 a 2021, y descubrieron que los adultos mayores de 50 años que viven en una zona de 15 condados del centro-sur de Pensilvania tenían un 57 % más de probabilidades de desarrollar melanoma, la forma más mortal de cáncer de piel, que los residentes del resto del estado. Publicaron sus hallazgos hoy en la revista JCO Clinical Cancer Informatics.
El grupo de casos de cáncer incluye condados tanto rurales como metropolitanos, lo que significa que los riesgos no se limitan a zonas remotas ni se reservan para quienes están más expuestos al aire libre, explicó Charlene Lam, profesora asociada de dermatología en Penn State Health y coautora del artículo.
El culpable habitual —la luz solar— se tuvo en cuenta en el estudio. Pero incluso tras ajustar los datos según la radiación ultravioleta en Pensilvania y los factores socioeconómicos, destacaron dos patrones: los condados con mayor superficie cultivada y aquellos con mayor uso de herbicidas presentaban tasas de melanoma significativamente más elevadas.
Los investigadores descubrieron que por cada aumento del 10% en la superficie cultivada, la incidencia de melanoma se incrementó un 14% en toda la región. Se observó una tendencia similar en las superficies tratadas con herbicidas: un aumento del 9% se correlacionó con un incremento del 13% en los casos de melanoma.
Lam subrayó que la exposición no se limita a los trabajadores agrícolas que aplican los productos químicos, ya que los materiales pueden dispersarse por el aire, depositarse en el polvo doméstico y filtrarse en los suministros de agua.
En el estudio, los investigadores citaron otros estudios que previamente vinculaban el uso de pesticidas y herbicidas con el riesgo de melanoma debido a que se ha descubierto que estos productos químicos aumentan la sensibilidad a la luz solar, alteran la función inmunológica y dañan el ADN en animales no humanos y plantas.
Una señal, no un veredicto #
Benjamin Marks, primer autor del artículo, quien está cursando una licenciatura en medicina y una maestría en salud pública en la Facultad de Medicina de Penn State, señaló que si bien las tierras de cultivo y el mayor uso de herbicidas parecen ir de la mano con tasas más altas de melanoma, eso no prueba que los productos químicos que se usan comúnmente en cultivos como el maíz, la soja y los cereales causen cáncer, sino que las cifras muestran un vínculo que vale la pena investigar.
Marks explicó que estudios, como el mencionado aquí, son valiosos para identificar patrones, pero no necesariamente pueden determinar el riesgo individual.
Lam señaló su esperanza de comprender mejor la relación entre las prácticas agrícolas y la salud pública, ya que las implicaciones del estudio se extienden más allá de Pensilvania. Los investigadores señalaron en el artículo que se han reportado patrones similares en regiones agrícolas de Utah, Polonia e Italia.
La investigadora animó a quienes se preocupan por el riesgo, a que se revisen la piel con regularidad, usen ropa con protección solar y protector solar al estar al aire libre. Como siguiente paso, Lam está ahora dirigiendo una investigación de seguimiento en las comunidades rurales del área de estudio para conocer mejor las prácticas adoptadas por los agricultores y comprender de dónde podrían provenir los riesgos de exposición.
Cita #
- El estudio Harvesting Risk: An Ecologic Study of Agricultural Practices and Patterns and Melanoma Incidence in Pennsylvania (Riesgo de cosecha: un estudio ecológico de las prácticas y patrones agrícolas y la incidencia de melanoma en Pensilvania) fue publicado hoy JCO Clinical Cancer Informatics, una revista de la American Society of Clinical Oncology Journal. Autores: Benjamin J. Marks, BS, Jiangang Liao, PhD, Charlene Lam, MD, MPH, Camille Moeckel, BA, and Eugene J. Lengerich, VMD, MS
Financiación #
La investigación contó con el apoyo del Programa de Proyecto Final de Maestría en Salud Pública y del Proyecto de Investigación para Estudiantes de Medicina de la Facultad de Medicina de Penn State, así como de la Cátedra Algin B. Garrett de la misma universidad.